El 11 de mayo de 2005 Carolina Bordalotta se estaba preparando para ir a trabajar cuando recibió una llamada telefónica. Mientras hablaba se descompuso. Sintió como si le bajara la presión, mareos, mucho calor y luego mucho frío. La trasladaron de urgencia a una clínica, en la que le hicieron una resonancia magnética y una tomografía. “Por el sangrado se pudo ver un cavernoma en el tronco encefálico. Una malformación, unas venitas que eran como un ovillito que sangraba. Era benigno, pero lo malo era el lugar donde estaba ubicado. Me decían que no había nada para hacer”. Ese fue su primer sangrado, que le dejó secuelas: la pérdida de la coordinación fina, el equilibro y la fuerza. Su rehabilitación fue rápida. Al mes, señala, ya estaba bien. Mientras estaba internada le había pedido a sus padres que le llevaran porotos para practicar el movimiento de pinzas con sus dedos, y luego hizo tratamiento kinesiológico cuatro horas por día. Pero no recibía gran aliento. “No se podía aplicar, nadie se animaba a operar en el tronco encefálico. Me decían: ‘podés contar la historia, tenés que estar contenta’, pero yo me ponía mal”. Hasta que un doctor le advirtió: “Si el doctor Salvat no te puede operar, no te puede operar nadie”.

Bordalotta hizo la consulta, pero al año de su primer sangrado, en junio de 2006, tuvo un segundo accidente cerebrovascular (ACV). “Entonces el doctor Salvat dijo que con su equipo iba a resolver algo. Decidieron así que era aconsejable operarme, pero que no lo iban a hacer si no estaba de acuerdo”. Carolina comenzó a trabajar la posibilidad de la cirugía en su terapia. “Desde el primer momento trabajamos para que mi vida no fuera un cavernoma. Y era algo que quería hacer, un modo de ponerle fin a todo esto. Tenía muchas ganas de vivir, de disfrutar la vida”. Conocía los riesgos. Por un lado, si no se operaba, las características del sangrado indicaban que iba a haber un tercer episodio y no era seguro que su cuerpo pudiera soportarlo. Por otro lado, una de las secuelas posibles de la cirugía consistía en la dificultad para tragar. La tranquilizó saber que no iba a tener problemas cognitivos. De esta forma, decidió que aquello que no pudiera rehabilitar, lo iba a tratar en su terapia. Estaba dispuesta a afrontar las pérdidas. “Así que dije que sí, que quería hacerlo y lo antes posible”.

En septiembre de 2006, con 26 años, fue operada. Informa el doctor Salvat: “Tenía una malformación vascular venosa, un cavernoma que había sangrado en la protuberancia del tronco cerebral. Hace algunos años, no había posibilidad técnica de entrar en el tronco sin que el paciente muriera. Ahora por neuronavegación y con microtécnicas quirúrgicas se puede sacar la sangre y el cavernoma prácticamente sin que queden secuelas”. El doctor Salvat ha realizado dieciséis operaciones de cavernoma en el tronco. En el caso de Bordalotta, estuvo apenas una semana internada y no tuvo que hacer rehabilitación en FLENI Escobar: fue suficiente la rehabilitación ambulatoria en la sede Belgrano. Tenía problemas de equilibrio y en la visión. “De la operación recuerdo la alegría que tenían los médicos cuando me desperté y respondía a las pruebas: levantar una pierna, el brazo, seguir con la vista una lapicera. Era un jolgorio. '¡Lo puede hacer, lo puede hacer!’, festejaban los doctores en el quirófano”. En mayo de 2008, Carolina preguntó si podía quedar embarazada. El 18 de mayo de 2009 nació Chiara. “Javier, mi pareja, estuvo todo el tiempo conmigo, como mi familia. Gracias a ellos salí adelante”. El cavernoma, confirma su mirada a la beba, es cosa del pasado.